Cuenta
la historia que Ana era la esposa de Joaquín, ambos abuelos de Jesús de
Nazaret, hijo de María. Por ello, en el santoral, Ana y Joaquín son los
patrones de los abuelos.
En
los tres últimos cursos he tenido la oportunidad de conocer a dos abuelas de un
alumno y una alumna de mi centro, ambas llamadas Ana. No sé si ellas también
podrían ser santas, lo que sé es que en muchas ocasiones han despertado una
ternura, por lo que he querido hacerles este pequeño homenaje.
Ellas
son el referente familiar de estos alumnos en el centro. Estas abuelas son
madres de personas desempleadas desde hace años, que perciben ingresos mínimos.
Con su pensión mantienen económicamente a todo el núcleo familiar desde hace
años, de hecho, nunca dejaron de contribuir con sus ingresos a la economía
familiar y saben que lo seguirán haciendo mientras vivan y quizás incluso
después, pues dejarán una vivienda pagada de la que se seguirán beneficiando
sus descendientes, son abuelas-sustento.
Estas
abuelas son madres de hijos con adicciones y enfermedades crónicas que apenas
pueden responsabilizarse de sus hijos, son abuelas que ponen los pocos límites educativos
que el cansancio de la vejez les permite, por eso son abuelas que educan, son
abuelas-educadoras.
Conviven
con adolescentes, que dejan tras la ducha el baño con un reguero de ropa sucia
por el suelo, que desaparecen de la cocina si ven un plato sucio, que no
quieren hacer la más mínima tarea doméstica y que cuando se les pide ayuda, emplean
malos modales, de emperador tirano y malcriado. Son abuelas-púgiles.
Contra
toda lógica, estas abuelas son amorosas y cuidan de sus nietos. Acuden al
centro escolar para coordinarse con la tutora, recogen los deberes del centro
cuando el nieto está enfermo, les llevan el bocadillo al centro en el recreo,
porque son abuelas-cuidadoras.
Además,
estas abuelas cocinan para toda la familia, hacen borrachuelos por Navidad y
tienen prisa a las 14.00 horas porque tienen que terminar el puchero, son
abuelas-cocineras.
Son
abuelas, pero ejercen de madres sin edad ni energía para serlo, anacrónicas,
descontextualizadas, con la fecha de caducidad de la maternidad superada hace
tiempo, pero obligadas por las circunstancias a ejercer de madres, con la
fuerza que el amor les proporciona.
Es
duro y muy triste verlas llorar cuando te confiesan su impotencia. No saben qué
hacer más por ese adolescente al que han dado y siguen dando todo y que no les
devuelve nada más que disgustos. Aún así siguen dándoles su amor y cuidado,
porque saben que están sembrando, aunque también están seguras de que no
vivirán para ver los resultados.
Con
este artículo quiero hacer un homenaje a estas abuelas, tocayas mías, mujeres
por las que siento un profundo respeto y afecto, abuelas y madres a las que
admiro, porque ellas cada día, desde su anonimato y con su silenciosa entrega
contribuyen a hacer un mundo mejor.
Este artículo es un homenaje a las abuelas, fue publicado en Escuela el 19 de enero de 2017.
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