viernes, 20 de marzo de 2020

¿Aprobado es la mitad de sobresaliente?

Este artículo fue publicado en Escuela el 23 de mayo de 2013.


¿Aprobado es la mitad de Sobresaliente?


Ana Cobos Cedillo
Orientadora. Doctora en Ciencias de la Educación por
la Universidad de Málaga

            Cuando al salir del colegio un niño le dice a su madre que ha “sacado” un cinco, la mamá se siente reconfortada porque sabe que esta calificación en la escuela española significa que su hijo ha superado los contenidos de los que ha sido evaluado. Del mismo modo, el alumnado universitario celebra sus aprobados, es decir, toda calificación a partir de cinco, obviando que la otra mitad del contenido a examen se desconocía o no se dominaba.
            En la tradición española, nos
congratulamos con la mitad aprobada y ni nos acordamos de que hemos dejado de aprobar la otra mitad, probablemente porque, nuestro temperamento latino presenta esta natural tendencia al optimismo, lo que ayuda, sin duda, al principal objetivo en la vida que es la felicidad, pero en este caso no nos sirve porque se trata de una felicidad proveniente de la ignorancia o de la inconsciencia, que se conforma con la mitad, que no tiene ninguna ambición por la excelencia.
En España, a lo largo de generaciones, la población se ha socializado con la idea de que aprobar equivale a obtener resultados positivos solo en la mitad, es decir, que basta con demostrar saber la mitad para tener éxito en el sistema educativo y que no importa mucho desconocer otro tanto. Esta idea lleva asociada claramente que la mediocridad es un valor, porque es suficiente con alcanzar la mitad de los saberes para obtener una titulación. De igual manera llega a conseguir empleo un amplio porcentaje de población con importantes lagunas en su formación inicial.
Hasta la denominación que reciben en España las calificaciones lleva implícita esta idea de mediocridad.  “Deficiente”, cuando el estudiante no llega al mínimo. “Suficiente” si es que el estudiante consigue lo mínimo, la mitad de lo que podría haber conseguido. “Bien”, “Notable” y “Sobresaliente” expresan la gradación con respecto a la consecución de los mínimos. Luego, ¿Solo cuándo un estudiante consigue todos los objetivos de una materia es sobresaliente?, ¿Y cuándo demuestra saber los contenidos? ¿Acaso no se trata de que todos ellos y ellas consigan siempre todos los objetivos? Son preguntas que nos haría un viajero del tiempo o del espacio a quien mostráramos nuestro sistema educativo.
Desde hace décadas, se está confundiendo la evaluación con la calificación, cuando son conceptos casi antagónicos por tres motivos básicos. Primero porque “evaluar” forma parte del proceso educativo ya que ayuda al estudiante a mejorar determinados aspectos de su aprendizaje. Por el contrario, la calificación no colabora en el desarrollo del aprendizaje pues no muestra el camino a seguir para encontrar las mejoras, el estudiante tan solo obtiene un dato que le informa del porcentaje de aciertos con respecto al total de contenidos a examen. Tan brillante como siempre lo dijo en Málaga el profesor Ángel Pérez Gómez de la Facultad de Ciencias de la Educación de la Universidad de Málaga: “Reducir evaluar a calificar es una perversión. La calificación es la basura de la evaluación” (I Jornadas Nacionales de Evaluación Educativa, mayo de 2013). La calificación no solo pervierte la evaluación, sino que priva a cada comunidad escolar de las posibilidades educativas que tendría, si realmente se incorporara ésta al proceso educativo.
El segundo motivo que argumenta que evaluación y calificación son conceptos antagónicos es que, cuando el sistema educativo se centra en la calificación pone el énfasis en el número de aprendizajes obtenidos u objetivos conseguidos, es decir, prioriza la cantidad a la calidad. De este modo, es frecuente ver a aprobados fundamentados en el número de respuestas acertadas, siendo éstas de diferente valor en cuanto a la importancia de los aprendizajes y es más, sin que el estudiante termine el proceso sin distinguir lo imprescindible de lo accesorio.
El defecto que no debe atribuirse a la mujer del César es el tercer motivo por el que argumentamos que los conceptos analizados son antagónicos. “La mujer del César no solo debe ser buena sino parecerlo”, sin embargo, en nuestro sistema educativo se valora más que el estudiante pueda demostrar que conoce la mitad de los contenidos que se le piden en una prueba, que  realmente sepa y domine las competencias fundamentales a cuyo desarrollo debe contribuir el aprendizaje de esa materia. No terminamos de comprender que, en el sistema educativo todos los procesos deben contribuir a la consecución de los objetivos y que éstos han de fundamentarse en el desarrollo de las competencias, primero básicas y luego profesionales. Desde esta perspectiva, si el aprendizaje de contenidos no tiene una aplicación práctica y además tampoco proporciona la posibilidad de hacerlos funcionales y transferibles, no servirán más que para, primero: aprobar el examen, segundo: ser olvidados y tercero: ejercitar la competencia básica “Memoria” (recordemos los exámenes aprobados gracias a ayudas químicas, electrónicas o cárnicas).
Quizás ahora, gracias a las indicaciones de la OCDE que instan a que nuestra administración educativa se ponga en marcha para que la población estudiantil desarrolle competencias básicas, podamos desenredar el nudo que entrelazaba la cantidad con la calidad, confundía evaluación con calificación y asemejaba aprendizaje de contenidos con desarrollo de competencias. Porque este nudo enredado sigue sin dejarnos ver el único motivo para la existencia del sistema educativo: conseguir que las personas sepan alcanzar y mantener el bienestar, tanto propio como del mundo del que forman parte. Tampoco en esto nos sirve conformarnos con la mitad.

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