sábado, 14 de mayo de 2016

El reto de la calidad en el sistema educativo español

Texto relativo a la intervención realizada en el: Congreso de Educación Inclusiva: contextos para la inclusión en la sociedad del conocimientoValencia, 13 y 14 de mayo de 2016.

        Decir que “el sistema educativo español ha cambiado mucho y para bien en las últimas décadas” no cuenta con el consenso de la población que entiende que “la educación está fatal” y que el camino que éste tiene por delante sigue siendo aún muy largo y complicado. Sin embargo, también es necesario mirar hacia atrás para comprender cuál fue el punto de partida y poder valorar los logros, que sin duda, han sido muchos, no solo en lo cualitativo, sino también en lo cuantitativo.
Para comprender el momento histórico que vivimos en la actualidad tenemos que retrotraernos a la restauración democrática de 1975. Uno de los grandes avances fue la democratización del sistema educativo, que a partir de entonces abrió sus puertas, por primera vez en la historia, a las personas con mayores dificultades, no sólo por razón de discapacidad, sino también por origen sociocultural y/u otras causas. Este derecho a la educación y a la escolarización se reconoce en la Constitución de 1978 y se desarrolla en la Ley Orgánica del Derecho a la Educación de 1985.
            En estos años de la transición tienen su origen los actuales servicios de orientación educativa, no puede ser en otro momento, pues es cuando se hace palpable la necesidad de recursos para afrontar la complejidad social que se avecina. De este modo, podemos afirmar que la orientación educativa va aparejada al progreso (Cobos, 2010), al avance del sistema educativo. La orientación educativa llega a los centros con la democracia y se consolida con la LOGSE, la primera ley de educación nacida en democracia.
            Incorporar la orientación al sistema educativo conlleva aceptar que en los centros ocurren muchos más procesos que los estrictamente académicos y que es necesario dar respuesta a las demandas de un nuevo sistema educativo, que apuesta por una escuela inclusiva.
            El primer reto del sistema educativo de la democracia fue la cantidad, es decir, la escolarización plena. Ésta se consiguió en democracia y no en 1972 como destaca Rafael Feito (2002). Una vez conseguido el reto de la “cantidad”, surge la necesidad de afrontar el reto de la “calidad”, asunto mucho más complicado y que sin duda apunta a la inclusión educativa.

El reto de la calidad
            La calidad es el reto que más nos preocupa en la actualidad. La última ley aprobada, la LOMCE recoge incluso la palabra “Calidad” en su título. Las normativas se publican incesantemente tratando de encontrar nuevas medidas que solucionen los problemas. Vivimos en un constante desasosiego normativo. Además, tras cada relevo de gobierno, se quiere reinventar el sistema educativo, como si todo lo trabajado anteriormente no sirviera.
            Necesitamos sosiego en el sistema educativo. Es necesario parar, dialogar y definir adónde vamos. Asimismo, es absolutamente imprescindible la consistencia de estos acuerdos para que tenga lugar el tan renombrado “Pacto Educativo” o lo que es preferible: el “blindaje” del sistema educativo.
            El debate sobre educación que necesitamos sigue pendiente, un debate que pivote sobre la ciudadanía que queremos y que afronte la calidad como un reto de toda la sociedad. Un debate protagonizado por los profesionales de la educación, así como las comunidades educativas, lo que afecta a la sociedad en su conjunto.
¿Cómo comenzar un debate sobre el reto de la calidad en el sistema educativo español?, una de las posibles propuestas podría basarse en lo que hemos denominado “Ejes para la calidad del sistema educativo”.
Diagrama radial

Los ejes para la calidad
         Los ejes para la calidad del sistema educativo que proponemos son los que extraemos del estudio de las 148 medidas que presentó el  Ministerio de Educación en abril de 2010 en el documento “Pacto social y político por la educación”.
Se trata de una apuesta firme y decidida por cambiar hacia un modelo de escuela inclusiva. Sin embargo, la puesta en marcha de gran parte de las medidas planteadas precisa de unos cimientos que aún no están anclados en la práctica cotidiana de los centros.
El modelo educativo que necesitamos supera la mera transmisión de conocimientos. Atiende a las personas, se ocupa y preocupa por ellas abarcando cada vez más parcelas del ámbito socioeducativo. A continuación se exponen cada uno de estos ejes:
Equidad
            La Real Academia define la “equidad” como la “igualdad de ánimo”. Sin embargo, en muchas ocasiones tiende a confundirse con la igualdad o la justicia, por ejemplo, es fácil encontrar a profesorado argumentando sobre sus calificaciones basándose en comparaciones entre alumnado. Por ello, en muchas ocasiones, en la búsqueda de la justicia, entendida como “igualdad para el colectivo”, es cuando se generan más situaciones injustas.
La equidad que se precisa es una dinámica de funcionamiento del centro, que se adapta a los contextos sociales en que está inmerso.
            El mismo modelo educativo en diferentes contextos no funciona. En educación es preciso activar las alertas, “hacer visible lo cotidiano” (Santos 1990) y tener presente una perspectiva investigadora de la realidad escolar para intervenir en ella.
La autonomía de los centros no es más que la adaptación del centro a su entorno sociocultural. La equidad está directamente relacionada con la atención a la diversidad, que abarca mucho más que al alumnado que presenta discapacidad, hacer inclusión es hacer equidad.
Las medidas de atención a la diversidad suponen la materialización de la  equidad y la justicia en los centros, superando igualitarismos basados en comparaciones que no contemplan el punto de partida del alumnado, como ilustra este clásico dibujo sobre la evaluación educativa.


Para poner en marcha las medidas de atención a la diversidad, la aportación del profesional de la orientación es clave, no sólo para elaborar documentos como informes o dictámenes, sino también en la dinámica cotidiana creadora de la cultura de la inclusión.
Convivencia
            Desde que comenzaran a trabajarse en los centros los proyectos de convivencia, las experiencias han mostrado su eficacia y han aumentado exponencialmente. En la mayoría del territorio español, el Plan de Convivencia es prescriptivo y está incluido en el Proyecto de centro.  Esto le confiere un matiz educativo más que disciplinario, superando la trasnochada idea de que la convivencia consiste únicamente en sancionar las conductas contrarias a la convivencia.
            Para la orientación, trabajar por la convivencia supone uno de los mayores retos. La convivencia es un tema que tradicionalmente alojamos en el ámbito de la acción tutorial, sin embargo abarca mucho más, pues enseñamos a convivir con nuestro ejemplo cotidiano, cuando en un centro se instauran dinámicas de convivencia saludables. Como dice Emerson (citado por Santos Guerra, 2004):

“El ruido de lo que somos llega a los oídos de nuestros alumnos con tanta fuerza, que les impide oír lo que decimos”.
Comunidad
Para “construir comunidad” un buen comienzo es la mayor implicación de las familias en el sistema educativo. Sin embargo, la participación de éstas sigue siendo una asignatura pendiente en el sistema educativo español. Normalmente las familias acuden a los centros ante situaciones extraordinarias negativas, como malas calificaciones o problemas de convivencia.
            La implicación de las familias debería ser mucho más efectiva, con dinámicas estables de participación para que la familia sea parte activa de la comunidad educativa. La idea de “construir comunidad” abarca el entorno social del centro escolar, es decir, las instituciones externas responsables de otros ámbitos que también educan, como los centros de salud, servicios de empleo,  o asociaciones del entorno.
            Pero, la comunidad es mucho más que el barrio. En un mundo globalizado, la comunidad se extiende a todo el planeta, las conexiones superan el espacio geográfico y se producen mediante el entramado de intereses comunes a las personas, en cualquier lugar del mundo. Por ello, cuando destacamos la importancia de “construir comunidad” nos referimos a que la educación ha de ser una de las ocupaciones prioritarias de la sociedad, tanto en el ámbito “micro” del barrio, como en el “macro” de localidad, autonomía, país,…
            Necesitamos que se produzca un debate público en la sociedad sobre educación, un debate serio y profundo, en que nos impliquemos todos desde las raíces de nuestras cosmovisiones y emociones, debates en que se trate sobre la ciudadanía que queremos, un mundo sin exclusiones.
Profesionalidad
         La profesionalidad es la materialización de la calidad en el trabajo cotidiano. Profesionalidad significa implicación en el trabajo, compromiso con la educación, trabajar con la convicción de que la educación puede ser un medio para mejorar la vida de las personas y el devenir de la humanidad.
            Es completamente imprescindible comenzar por la formación del profesorado. Nuestro mundo es cada vez complejo y el sistema educativo es un reflejo fiel del mismo y de su complejidad. La formación universitaria inicial del profesorado resulta demasiado teórica y alejada de la realidad escolar (Cobos, 2010). Es necesario formular nuevos modelos para la formación del profesorado que contemplen el enfoque inclusivo para el sistema educativo. Esta formación precisa de un conocimiento práctico, que está al alcance de quiénes conocen y viven esta práctica profesional, por tanto sólo ellos son capaces de enseñarlo. El conocimiento práctico va mucho más allá de la experiencia, se trata de la reflexión sobre la misma, de un conocimiento práctico elaborado y entrelazado con la teoría. Como decía el novelista del siglo XIX, D. José María de Pereda, La experiencia no consiste en lo que se ha vivido, sino en lo que se ha reflexionado. Una posibilidad que apuntamos es que el profesorado que se haga cargo de las prácticas del profesorado novel deberá consistir en personas avaladas por su trayectoria y currículum profesional, donde queden reflejadas la experiencia en buenas prácticas educativas.
            El conocimiento teórico es también imprescindible para trabajar en el sistema educativo, cada día más, incluso debe ser aún mayor que el que actualmente se imparte en la Universidad, es más, lo que debería existir es una carrera docente para que la identidad profesional del profesorado se construya simultáneamente a sus primeros años de formación (Cobos, 2007b), al igual que otras profesiones del ámbito sanitario o jurídico. Algo que sí ocurre en la formación de maestras y maestros, pero que sigue sin resolverse para el profesorado de Educación Secundaria Obligatoria, etapa en que los conocimientos sobre didáctica y psicopedagogía son primordiales ante los contenidos de la materia a impartir.
            La ampliación de la duración de los títulos de “maestro”, a cuatro años, como grado universitario ha sido una buena medida, sin embargo, la formación del profesorado de secundaria en un solo año de máster, es insuficiente a todas luces.
            Otro aspecto también muy mejorable y que sigue siendo uno de los grandes retos del sistema educativo y también de la inclusión, es la selección del profesorado.
El actual modelo de concurso-oposición no garantiza la selección del personal más adecuado para enseñar, ni mucho menos para educar desde el enfoque inclusivo que actualmente necesita el sistema educativo.  Apenas se pide ningún conocimiento sobre Psicopedagogía, ni al opositor, ni a las personas componentes del tribunal. Quienes aprueban las oposiciones, la única competencia que han demostrado tener es saber defender bien un tema. La aprobación de ese examen y la práctica en el aula no guardan la más mínima relación.
            La formación permanente es también imprescindible y ésta directamente relacionada con la profesionalidad. Un argumento torticero muy utilizado entre una parte del profesorado es que no está preparado para el sistema educativo del siglo XXI, pues cuando se incorporaron a la enseñanza todo era muy distinto. Del mismo modo podría argumentarse en cualquier ámbito profesional y nos encontraríamos con el caso de una médico que se negaría a atendernos pues no conoce una nueva enfermedad, que no existía cuando cursó Medicina. Ante el argumento sobre la falta de conocimiento hay que contraargumentar con la actualización, la formación permanente. Si alguien se encuentra sin conocimientos para afrontar la actual responsabilidad profesional en el sistema educativo, ha de buscarlos o cambiar de profesión.

Responsabilidad
            Todos los ejes expuestos se relacionan entre si y tienen un nexo común: la responsabilidad. Responsabilidad de los profesionales para formarse, estar al día y saber las consecuencias de sus acciones en personas tan vulnerables como son los niños y jóvenes. Los profesionales no han de perder el horizonte de su tarea, es decir, la responsabilidad de preparar a las nuevas generaciones para que desarrollen ocupaciones en el sistema productivo y que sepan convivir como ciudadanos. Responsabilidad para incluir a las personas, a todas las personas y para no excluir a nadie.
            La familia es también responsable, para participar en el sistema educativo, para actuar con coherencia y en coordinación con el sistema educativo. Su responsabilidad incide en la esfera más íntima del desarrollo de cada niño, pues contribuyen con más o menos conciencia a formar a personas. Se trata de enseñar a vivir en valores, desde el respeto, el afecto, el diálogo y la comprensión.
            La educación es una responsabilidad compartida por todos, también por los medios de comunicación. En los medios de comunicación se presta mucha más atención y se da más difusión a los hechos negativos que a los positivos.
            Formar, formamos todos y todas, a veces por acción y otras veces por omisión, pero educar es distinto. Educar implica una intencionalidad, un deseo de promover valores positivos en otras personas y en ello deberían estar implicados los medios de comunicación, pues como dice el proverbio africano:”Para educar a un niño hace falta toda la tribu”.
            La responsabilidad es compartida hemos dicho, pero hasta ahora no hemos nombrado a la pieza clave de todo el sistema educativo, al alumnado. Es necesario también que el alumnado se responsabilice de su educación en la medida que su grado de desarrollo se lo permita. Esta responsabilidad debe ser creciente y aumentar a medida que cada niña y niño crece como persona. Debemos de no perder de vista una máxima: cada niña y cada niño debe hacer sin ayuda toda tarea que su desarrollo le permita hacer y que contribuya a su propio bienestar y al de su entorno. Es decir, en una edad será capaz de comer solo, guardar sus juguetes, más adelante de asearse, recoger el baño, hacer sus deberes escolares e irse responsabilizando cada vez más. La responsabilidad se enseña en primer lugar en la familia y sobre todo dando a cada niña y niño oportunidades para ser responsable y de este modo, demostrarse a sí mismo que es capaz de hacerlo lo que mejorará su autoestima y las relaciones con su entorno.

Conclusiones
            La consecución práctica de cada uno de estos cinco ejes precisa de la implicación de las personas implicadas. Es imprescindible que el ánimo de los equipos directivos esté por la labor, especialmente para la dinamización, gestión y liderazgo de los proyectos. Otra pieza clave es el o la profesional de la orientación en el centro educativo. La orientadora o el orientador son el referente de la Psicopedagogía en un centro escolar.
            En algunas autonomías, está instaurado el modelo de equipos de orientación para las etapas de infantil y primaria, fundamentado en la intervención externa, lo que no permite que la Psicopedagogía se instaure en la dinámica cotidiana de los centros con la necesaria calidad. Por ejemplo, para trabajar la convivencia es preciso convivir en la cotidianeidad del centro, ¿cómo trabajar la convivencia asistiendo un día a la semana a un centro?, ¿cómo incardinar dinámicas basadas en el trabajo en equipo, cuando no se está cada día con el equipo directivo?, ¿y con los tutores y tutoras?, ¿y con el resto del profesorado? ¿y con el alumnado y sus familias?. El trabajo de la orientación debe estar centrado en el alumnado y sus familias y el modelo de equipos zonales resulta insuficiente.
            El modelo de orientación que precisamos es el que se fundamenta en el trabajo en equipo, coordinado e inmerso en una realidad a la que dar las respuestas provenientes de mirar con un enfoque inclusivo y el compromiso de trabajar por la mejora de la calidad del sistema educativo.

Bibliografía y documentación
Cobos Cedillo, Ana (2010): La construcción del perfil profesional de orientador y de orientadora. Estudio cualitativo basado en la opinión de sus protagonistas en Málaga. Tesis doctoral. Servicio de Publicaciones de la Universidad de Málaga.
Feito Alonso, Rafael (2002): Una educación de calidad para todos. Reforma y contrarreforma educativas en la España actual. Madrid: Siglo XXI.

Santos Guerra, Miguel Ángel (1990): Hacer visible lo cotidiano. Teoría práctica de la evolución cualitativa de centros escolares. Madrid: Akal.

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