Aseguran los expertos y expertas
que gran parte de los problemas de convivencia que se dan en la actualidad en
nuestras aulas, tienen su origen en una inadecuada respuesta educativa hacia el
alumnado. Estoy de acuerdo.
La
cuestión está en saber cuál es la respuesta adecuada en cada caso, lo que no es
nada fácil y requiere no sólo una sólida formación, sino grandes dosis de
profesionalidad y de compromiso entre los profesionales de la educación.
El
pasado curso tuve la ocasión de comprobar que es posible trabajar la
convivencia desde la respuesta educativa ajustada a las peculiaridades del
alumnado. Describir esta experiencia es lo que en este artículo pretendo
mostrar.
Aunque
la normativa es explícitamente contraria y desde el punto de vista
psicopedagógico nunca debería ser así, es frecuente que en los centros,
especialmente de secundaria, se formen grupos de alumnado repetidor.
A
estos grupos, que ya nacen proscritos, se les asigna el equipo educativo de
menos antigüedad en el centro, (los veteranos eligen otros grupos), que además,
generalmente, son los que menos experiencia tienen en la profesión docente.
Es
de sentido común, que si unimos todos estos factores, aumentamos
exponencialmente las posibilidades de que surjan los problemas de convivencia, lo
que además es previsible, por mucho que haya siempre quien se asombre de que en el 1º R no se puede dar clase.
¿Cuál es el motivo de esta
segregación?, pues que el buen alumnado continúe dentro de una burbuja de cristal por la senda de la
paz en su camino hacia la excelencia del sistema, que debe ser la Universidad. (Debe
ser por esto, creo).
La
segregación de alumnado es perniciosa, no sólo para los buenos alumnos y
alumnas, quienes podríamos seguir y seguir segregando hasta llegar a la clase
individual, sino también para el alumnado con más dificultades, ya que éstas se
les acrecientan. Reitero la idea de que no debería ser así, bajo ningún
concepto, pero lo cierto es que nos encontramos frecuentemente con este tipo de
situaciones en la práctica.
La
experiencia que llevamos a cabo el curso pasado fue en un centro de Secundaria.
Un centro urbano, con población de clase social media-baja, con enseñanzas de
Secundaria, Bachillerato, varios Ciclos Formativos, Programa de Garantía Social
y Educación de personas adultas,
El
grupo con el que trabajamos era un primero de secundaria, en el que casi todos estaban
repitiendo primero de Secundaria o habían repetido sexto de primaria, muchos
incluso contaban con dos años de retraso escolar por haber repetido los dos
cursos.
Se
trataba de alumnado con conciencia de sus dificultades escolares, de su fracaso
escolar, que no presentaba ninguna motivación académica, lo que se ha dado en
llamar objetores escolares.
A
este alumnado, como a todos, se le había asignado un equipo educativo, dentro
del que estaba un profesor de lengua recién llegado al centro.
Desde
el comienzo del curso, el grupo generaba constantemente problemas de
convivencia y fueron varias las reuniones que se convocaron expresamente para
tratar el asunto. Reuniones a las que asistía parte del equipo educativo, el
jefe de estudios y la orientadora. La percepción del problema por el
profesorado era muy diferente, según de quien se tratara, especialmente si se
trataba del profesor de lengua.
Este
profesor comenzó el curso interesándose por el nivel inicial de competencia curricular
en el área con el que partía cada uno de los alumnos y alumnas.
Les
pedía que aprendieran cada uno a su ritmo, partiendo desde su propio nivel.
Hacían muchos ejercicios, el profesor se los corregía con comentarios de tipo
cualitativo, que entregaba por escrito a cada uno. (Para el alumnado es mucho
más interesante que se le diga que debe repasar determinado verbo a que se le
dé una nota numérica, que no asegura que se superen las lagunas, sobre todo
cuando se alcanza el cinco).
Les
reforzaba cada pequeño avance como si se tratara de un logro extraordinario,
además con una gran sonrisa y una valoración afectiva y sincera que era
evidente.
Las
sesiones de evaluación eran muy curiosas, alumnos y alumnas que suspendían seis
u ocho materias, obtenían notable en lengua. Para muchos, el primer notable de
toda su vida escolar.
Este
mismo grupo, para varios de los componentes del equipo educativo, era fuente de
estrés y tan sólo la idea de entrar en el aula de ese grupo les provocaba
ansiedad, tal y como alguno de ellos decía.
Sin
embargo, en las clases de lengua se respiraba buen ambiente, cordialidad. Este
profesor comenzaba preguntando al alumnado cómo estaba, y les escuchaba,
insisto, “escuchaba”. Recordaba quien tenía un padre enfermo, quien se había
mudado, o quien había tenido un sobrino el fin de semana. Se interesaba por
cada uno y cada una. Siempre desde la serenidad, la escucha, con un gran
respeto, haciendo sentir al alumno o alumna que era muy importante. Para
muchos, quizá era la primera vez que se sentían importantes en el medio escolar.
Gracias
a ese clima de aula que este profesor sabía crear, se establecía un puente
entre el grupo y la orientadora. La orientadora subía a clases de lengua y
también les escuchaba. Trabajábamos coordinadamente las redacciones, de forma
que los alumnos y alumnas pensaran y escribieran sobre lo que querían hacer en
el futuro, sobre su familia (muchas de ellas desestructuradas y con graves
problemas como desempleo, enfermedad, inmigración…), o sobre otras cuestiones
que salían al paso como la violencia o la guerra. Trabajábamos valores, a la
vez que la expresión escrita y sobre todo autoestima, pues descubrían que eran capaces de desenvolverse con éxito
en el sistema educativo.
Aprendieron
mucho, pero nosotros, el profesor de lengua y la orientadora aprendimos aún
más. Nosotros conocíamos su trayectoria escolar, lo que no sabíamos es que
estábamos ante magníficas personas, (no es un tópico), con grandes valores, con
vidas muy difíciles a pesar de su juventud.
Poco
a poco, entre redacciones y relatos surgieron los cuentos. Leíamos en clase. A
veces leíamos lo que ellos querían, otras, textos o poemas que proponíamos el
profesor o la orientadora, y nuestro grupo se fue consolidando: “Los viernes
tenemos cuento”, “seño, ¿vendrá a leernos un cuento?”.
En una educación
obligatoria, cuyo objetivo fundamental es enseñar a convivir, si de esta
experiencia conseguimos que alguno de estos alumnos o alumnas descubriera el
placer de la lectura, o sentirse valorado en su grupo-clase, o simplemente,
haber pasado por una buena experiencia educativa que recordar con cariño en el
futuro, tenemos la satisfacción de haber dado un paso adelante para la
convivencia, justamente, como dicen los expertos y expertas, ofreciendo en cada
cado la adecuada respuesta educativa, con grandes dosis de respeto,
sensibilidad y compromiso.
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